LAS VENTAS. SAN ISIDRO 2010. 11ª de feria (Casi lleno)
Toros de Los Bayones y Jose Luis Pereda (3º y 4º) para:
- Gabriel Picazo: ovación y división al saludar (aviso).
- Emilio de Justo: pitos (3 avisos) y silencio.
- Israel Lancho: silencio en ambos.Entre el aburrimiento y varios imprevistos me veo obligado a poneros la crónica de manos de don Rafael Cabrera para la Cope, la cual es IMPECABLE en cuanto a lo visto en la tarde de las ventas:
Era un cartel de compromisos, pero el más pobre de cuantos recuerdo en una feria de San Isidro. Compromisos, vamos por orden, político, empresarial y de sangre. El que no sé cómo catalogar fue el compromiso ganadero, que, a la postre, es el que ha funcionado en una tarde casi totalmente previsible. El compromiso político venía por cuenta de Picazo; el empresarial ocupaba a De Justo, por llevarlo la empresa de Cáceres, esa que lo mismo es participada por Taurodelta para coger antigüedad, que negada –como negó San Pedro a Cristo tras el prendimiento-, cuando no interesa que le liguen a uno con determinados eventos o carteles; apaños empresariales e intercambio de favores. El compromiso de sangre, éste sí justificado, era el de Israel Lancho, tras su gravísima cogida del año pasado, motivada por el ultimátum empresarial: “Palhas o nada”. Y como justificado estaba, el público de Madrid, generoso en el recuerdo, tras el medio minuto de silencio en recuerdo del más grande de los toreros fallecidos en un ruedo –Joselito el Gallo, Gallito III o V, como gusten- le tributó una ovación tras finalizar el paseíllo al diestro extremeño. Fue la ovación más cálida, sincera y justa de la tarde.
Por lo demás, y al margen del juego ofrecido por tres de los toros de Los Bayones, incluso por uno de Pereda en el último tercio –el primero creo que debería suprimirse por ineficaz en muchos toros-, no quisiera dejar pasar la oportunidad de comentar algo acerca del cartel. Éste no habría convocado ni a mil personas un domingo cualquiera fuera del ciclo ferial madrileño; cartel de plaza de tercera con penurias económicas; cartel que hace años no hubiese sido de verano en la capital –aunque ahora cuelen cosas como ésta o peores… para que no vaya nadie a la plaza-. Me consta que en el Consejo hubo alguna discusión sobre el mismo, justificada con los compromisos mentados y algún otro, antes de ser aprobado por el conjunto con la unanimidad del “ordeno y mando”. Cuestiones de política, que intenta justificar lo verdaderamente injustificable, para acabar concediendo –no lo duden en lo más mínimo- de nuevo la prórroga de la plaza a la empresa que nos obliga a sacar la entrada de “esto” o a perder el abono mantenido –en mi caso, en otros mucho más- durante tres décadas. Vale lo mismo éste que, pongo por ejemplo, que el cartel de ayer o el del próximo 21 –siempre a priori, ya que Manzanares no acompañará a Morante, y ya veremos si lo hace Aparicio-.
La fiesta, el tiempo y hay quien dice –no exento de razón- que el toro ponen a cada cual en su sitio, es cuestión de dejar que vayan haciendo su lenta, pausada pero inexorable labor. El tiempo aclara, encumbra, ensalza o hunde reputaciones y personas. ¡Cuántos espejismos taurómacos han quedado velados o desvelados por el cambio en el calendario! Y, aun sin dejar transcurrir años o décadas, basta con unas cuantas corridas de toros, una u otra temporada, para saber qué lugar ocupa cada cual. Es preciso, eso sí la oportunidad precisa, incluso dos o tres de ellas, pero al final el tiempo pondrá a cada diestro en una posición del escalafón. Porque una tarde puede ser aciaga, accidentada, complicada; pero cuando se repite la oportunidad y uno no sale triunfante ante toros de mejores condiciones y categoría, y se repite para otro tanto, al fin cada cual queda posicionado y definido en su lugar.
Hoy los tres de luces se han dejado escapar una buena oportunidad. Ha habido toros para todos, para alguno por partida doble, pero no han llegado los obligados triunfos, y habrá de pesarles -y mucho- en su carrera, en su futuro inmediato. Hoy ha habido materia prima, han salido astados con esa cualidad que buscan algunos ganaderos por encima de la casta, la toreabilidad, incluso otro, el segundo, encastado aunque con genio al inicio. Y al igual que salieron, se fueron con las orejas colgando; algunos principiaron el último tercio oferentes, para doblar decepcionados por el trato recibido. Embestidas perdidas, derrochadas, dilapidadas, o derramadas cual agua que se filtra y se pierde por el sumidero de la incomprensión o la incapacidad, con la carestía que de aquellas tenemos en la fiesta brava. Dulces o complicadas, encastadas, exigentes o bonancibles, nobles o geniudas, abundantes o medidas, pero embestidas al fin, que es lo que la corrida de toros demanda. ¡Ojalá todos los días disfrutásemos de ellas, y si fuera posible en mayor y mejor medida! Con más casta, en definitiva, que lograría arrancar del corazón esas emociones tantas veces demandadas. Cuando las contemplamos infértiles, hueras, vacías del necesario complemento torero para la creación del arte, la desazón y el sinsabor aumentan en el aficionado y, o le hacen suspirar por la ocasión perdida, o levantan en él el clamor de la indignación por el derroche inicuo, injusto.
A Picazo le correspondió un primero, Malvarroso, de 542 kilos, negro, algo acochinado de hechuras, y aunque manso, embistiendo con cierta clase. Acabó rajándose mediada la faena, pero siguió regalando embestidas aprovechables en tablas. No se confió el diestro, no le dejó apenas la muleta en la cara para ligar, y cuando lo hizo apenas era capaz de enjaretarle dos derechazos antes del obligado de pecho para alivio de ambos. En paralelo, sin terminar de colocarse al principio, apenas vimos un derechazo digno de nota; y en la segunda parte, más descolocado aun, optó por ligar echando la pierna atrás para ceder su terreno al toro. Acabarían ambos en toriles, y allí lo despenó de media perpendicular y delantera, quedándose en la cara y saliendo prendido, a Dios gracias, sin consecuencias. La ovación fue triste premio para las posibilidades desaprovechadas. El cuarto también tuvo su juego en la franela; se llamó Nómada, de Pereda, un toro negro listón, delantero, de 535 kilos, pero de escaso remate trasero. No cumplió en varas, pero llegó a la muleta noble y embestidor, definiendo ese término de toreabilidad a la perfección. Desde fuera, tirando líneas en paralelo y no curvas pronunciadas, algo despegado, apenas se lo metió un poco al finalizar algún lance. Suave, noble, no tiró ni un derrote, ni incluso cuando Picazo decidió acortar distancias en un arrimón encimista sin sentido, cuando el toro aun ofrecía unos desplazamientos interesantes. Toreo populista al final que no terminó, tampoco, de llegarle a casi nadie en Las Ventas. Y después de un pinchazo caído, un aviso, una entera caída y perpendicular y un descabello, hubo división de opiniones al salir a saludar unas palmas. La ovación se la merecía el toro.
A Emilio de Justo le tocó un buen toro de Los Bayones que pasaba por Pitillo. Con 555 kilos a los lomos, capa negra, y cuerna delantera, fue un toro boyante y encastado pese a mansear en varas. El toro comenzó con algo de genio, con algún cabeceo, para ir templándose a medida que avanzaba el trasteo. De Justo no estuvo a su altura, frío, despegado, desde fuera y acompañando más que mandando a veces, fue trascurriendo una faena que debió crecer en intensiadd por momentos y fue claramente a menos. Es cierto que se lo metió en redondo en varios pasajes de la misma, pero a veces sin continuidad y otras sin colocación. Con la zurda dejó muy pobre impresión, y eso que el toro embestía “haciendo el avión”, como se dice en el argot, humillando e inclinando dócilmente la cabeza para seguir el engaño con nobleza. Acabó el diestro cacereño por ahogarlo en las cercanías antes de dar un recital con la espada. Hasta el punto de que llegaron los tres avisos y no salieron los bueyes porque después de la escabechina no le quedó más remedio al toro que doblar y ahí le apuntillaron. Yo apunté hasta siete pinchazos caídos, cuatro metisacas peores aun y dos descabellos. El quinto llevaba por mote Linosito, de 564 kilos, negro, acucharado de pitones, manso y complicándose al enganchar casi siempre la muleta. El caso es que si no lo hubiera hecho, podría haber habido mucho más juego franco del que le vimos. Los lances sucios, enganchados, abundaron por doquier, pasándolo desde las afueras –de la capital- y con un feo pajareo entre lances –esos pasitos y saltitos para recolocarse en cada caso-. Eso también se lo criticaban a Vicente Barrera, el de la edad de plata y no a su nieto. Visto que aquello se prolongaba para no lograr nada, le avisó el público con sus pitidos, y De Justo tomó la espada para dar un pinchazo bajo, saliéndose y una entera algo atravesada y trasera, culminando la obra con un descabello.
A Israel Lancho le tocó un primero de Pereda, llamado Tequila, de 528 kilos, negro bragado y levemente calcetero, bicho impresentable, anovillado, manso y complicado. No tuvo suerte el pacense. Brindó a don Máximo García Padrós para empezar, en los medios, con un pase cambiado por la espalda. Pero el toro se revolvía y se ceñía y a punto estuvo el diestro de volver a caer en las manos del buen doctor en media docena o docena y media de ocasiones. Le falta la técnica necesaria que se adquiere con el oficio, tuvo que doblarse casi desde el principio y embarcar bastante más delante de lo que lo haría. Un pinchazo caído y un metisaca bajo dieron, definitivamente, con el bicho en el suelo. Al sexto le habían puesto Listón, un toro negro, delantero, de 540 kilos –la báscula en Madrid anda con un cuadro ciclotímico-, manso, sosito pero con juego, y punteando algo por el derecho. Según salió empezó a buscar a la desesperada la salida, pero, tras mansear en varas, se entregó algo más en el último tercio. No tuvo malas intenciones en general, pero tampoco gracias extraordinarias, y así fue pasando el tiempo sin centrarse ni uno ni otro en lo que hacían; él desde fuera y sin limpieza en general; el toro con ese ligero punteo y a veces quedándose en los remates. La gente se cansaría antes que ambos, y solicitó la muerte… del toro con sus silbidos, y de una entera, levemente desprendida, fácil de ejecución, el diestro se la concedió. Finis coronat opus, esto es, vámonos a casa que esto se ha acabado.
Un saludo.
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