Foto: Javier Arroyo
IMPORTANTE FAENA DE UREÑA
AL SEXTO DE LA TARDE MALOGRADA CON LA ESPADA. ACTUACIÓN MÁS QUE DIGNA DE
RAFAELILLO.
Madrid. Plaza de toros de
Las Ventas.
Feria de Otoño 2015. 4ª de
feria. 4 de octubre.
Toros de Adolfo Martín
para:
-
Rafaelillo: saludos en
ambos.
-
Fernando Robleño: silencio
en ambos.
-
Paco Ureña: saludos y
vuelta al ruedo tras aviso.
Entrada: Casi lleno.
Nota: Se desmonteró el
banderillero Jesús Romero, a las órdenes de Fernando Robleño. También Raúl Ruiz
por su brega.
Toros lidiados en la última de
feria:
·
Primero. “Aviador” Nº 41,
cárdeno bragado meano de 575 kilos (Pitos)
Grandón y basto de hechuras. Manso y complicado. Desarrolló
sentido y genio en el último tercio. Le costó humillar una barbaridad.
·
Segundo. “Fogonero” Nº 36,
negro entrepelado de 526 kilos (Silencio)
Muy astifino y suelto de carnes. Manso en el
caballo y de cortísimo recorrido en la muleta. Muy exigente y poderoso.
·
Tercero. “Rizos” Nº 73,
cárdeno bragado meano de 502 kilos (División)
Chico y vareado, cornipaso y con mucha leña.
Encastado y con muchas teclas que tocar. Humilló y se orientó con facilidad.
·
Cuarto. “Baratillo” Nº 1,
cárdeno bragado meano de 527 kilos (Silencio)
Serio y ofensivo, manso y descastado. Acabó muy
orientado y sin entregarse. Duro de roer.
·
Quinto. “Horquillero” Nº
68, negro entrepelado meano de 520 kilos (Silencio)
Serio y con cuajo, noble y castigado en varas. Descolgó
con poca fuerza en el último tercio, mostrando una gran fijeza.
·
Sexto. “Murciano” Nº 14,
negro entrepelado de 545 kilos (Palmas)
Manso en el caballo y con profundidad y entrega en
la muleta por ambos pitones. Tuvo fondo e importancia en sus embestidas.
Venía como tapado, tras su derrota en San Isidro
ante aquel famoso Agitador de Ricardo Gallardo. Herido y señalado, apuntado por
aquellos maleantes que lo crucificaron en mayo, pero consciente de lo que se
jugaba en esta baza de fin de temporada. Un Ureña que ya dejó sus estupendas
formas hace dos veranos, cuando ya levantó los tendidos de la monumental a base
de entrega, verdad y toreo, mucho toreo.
Tauromaquia que ha desplegado a la perfección para
poner broche a una terrible y soporífera feria de otoño, saldada con un bagaje
ganadero que roza lo imposible, con un nivel de casta ínfimo. Fue a la
desesperada, ante el sexto de la tarde. La suerte hizo que se juntaran a eso de
las siete y veinte de la tarde dos murcianos en un escenario inmejorable.
Dolido el lorquino por la paliza de su primero, pero sentido y comprometido con
jugársela de nuevo ante el bueno de Murciano, que nos transportó hasta 2002
para recordar a ese magnifico primo suyo, herrado con la coronada y lidiado por
el madrileño Luis Miguel Encabo. Mucho más bravo y encastado aquel, más noble y
entregado este Adolfo, que se deslizó y de qué manera ante la pañosa del
murciano, que deleitó a la parroquia con semejantes naturales propios de
carteles de toros. Primero a pies juntos, con la cintura completamente rota, y
posteriormente abriendo el compás y cargando la suerte, llevando al toro lento,
muy lento y hasta detrás de la cadera. La plaza se ponía en pie, y el torero
rompía en lágrimas ante tal belleza. Se conjuntaron la clase y entrega del
cárdeno con la pura verdad del toreo eterno. Fuimos muchos los que pensamos que
faltó una serie para acabar de romper la plaza. El fallo con los aceros dejó la
posible puerta grande en una vuelta al ruedo sentida y querida.
No estuvo tan acertado con el tercero, un ofensivo
y chico animal de Adolfo que se movió sin parar durante toda su lidia. Recibido
con un sensacional abanico de verónicas, poderosas y electrizantes. Agobiante
fue la lidia, sin pausa alguna al bicho, como si tuviera prisa el que apuntaba.
Empujó bien en la primera vara, sin cumplir con méritos en la segunda, y buscó
los tobillos del murciano sin excesiva fuerza, agobiado por momentos ante un
encimista Ureña, que apretó más de corazón que cabeza. Terrenos del toro piso
antes de que este entregara su vida, y protestadas fueron todas y cada una de
sus arrancadas, con voltereta incluida. Toro para apostar y jugar. La papeleta
le valió un susto y la ovación de toda la plaza desde el tercio.
Rafaelillo volvió a dar otro recital de toreo. No
será el más pulcro ni limpio, tampoco el más largo y sentido, pero si el más
verdadero y técnico. Una lección de cómo tratar a dos marrajos geniudos, que a punto
estuvieron de mandarle a enfermería. Dos toros muy complicados y peligrosos,
con el sentido por las nubes y las ideas de alimaña. No pasaron un fallo del
murciano y apenas se entregaron ante semejante colocación y mando. Me gustó más
si cabe con el fuerte y orientado primero, que no humilló ni una sola vez a las
telas. El empiece por bajo, jaleado y obligado, precedió a un sensacional
cambio de mano que acabó por descuadrar las ideas del cornúpeta. Fue entonces
cuando se vivió una auténtica batalla en los mismos medios, con su trapo Don
Rafael y con esas puntas el Adolfo. Una barbaridad de emoción, lucha y poder.
El saludo desde el tercio retumbó en todo Madrid.
Costó más ver el pitón izquierdo del cuarto, un
cárdeno cornipaso y algo bizco del pitón izquierdo, de imponente y cuajado
trapío, y con el que se vivieron los pasajes más añejos del año, con un
estupendo y genuflexo recibo capotero de don Rafael, poderoso y metido en la
dirección del bicho, rompiendo por completo la flexibilidad del animal. Apuntó
largura e incluso temple el cárdeno, pero como el resto de sus hermanos
desarrolló un sentido increíble al mínimo fallo. De nuevo otro episodio de
gladiador muy seguido por el coso madrileño, que acabo rendido al diestro.
Robleño sorteó otro lote de mucha guasa. El
astifino que hizo segundo apenas tuvo veinte centímetros de recorrido,
totalmente imposible andar con él por derecho. Salió recortando y barbeando de
salida, como toda la corrida, y desarrolló un sentido espectacular durante su
lidia. El quinto fue el más soso y de menos gracia de la corrida. Manseó como
sus hermanos de salida, y llegó noblote y apagado a la muleta, sin acabar de
deslizarse a la muleta del madrileño, que no acabó de apretar al albaserrada,
que fijó la mirada en el trapo continuamente, descolgado y queriendo, pero
acusó mucho la pelea en varas. Dos silencios como dos soles para una actuación
demasiado lineal.
Cerrábamos así el ferial de otoño que pone prácticamente
el punto final a una temporada con muchas cosas que contar. Tuvo que venir
Adolfo, pese que a muchos les joda, para poner tensión, riesgo y verdad a lo
que es una corrida de toros. Tuvieron que venir los llamados toros de encastes
minoritarios para atraer la atención de un público que agonizaba en los
tendidos con la súplica de encontrar un toro bravo, animal que guste o no, no
apareció por el ruedo en cuatro días de festejo.
Un saludo
Borja González
1 comentario:
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