jueves, 20 de agosto de 2009

POR ENCIMA DE UNA MALA CORRIDA DEL VENTORRILLO


Mala y aburrida está resultando la feria de Bilbao que en su cuarta de feria no coge vuelo alguno.

Imposible realizar cronicas de tan bochornosos festejos

Todo se resume en toros mansos, descastados, flojos, simulacros en varas y presencia.

Hoy queremos reseñar la tarde de ayer con la cronica del critico Rafael Cabrera.


José María Manzanares ha cortado la única oreja en Bilbao



No fueron seis castaños, fueron seis castañas las que El Ventorrillo ha ofrecido esta tarde en Vista Alegre. Seis castañas y pilongas, además, porque unieron su descaste a las complicaciones, peligros sordos o ciertos, o las rajadas en la muleta. Apenas el tercero, sin clase, o el cuarto, por el pitón izquierdo, embistieron algo, tampoco mucho ni con acometividad franca nunca. Este afán por ofrecer gastronomía edulcorada, para empalagar el paladar del más excelso de los artistas taurómacos, sin que un leve atisbo de amargor o picante pueda resultarle indigesto, lleva a estas cosas; te equivocar en la selección del árbol oportuno –léase línea genealógica-, lo abonas a deshora –con sementales que no debieron serlo por su nula casta o acometividad-, y te sale un fruto de apariencia conocida, pero completamente desabrido: la castaña pilonga de esta tarde.


El que abrió plaza era un inválido de tal categoría, que se lo llevaron los bueyes a disfrutar del espectáculo de corrales: cuatro veces se cayó de salida, lances por alto, y otras dos en los refilonazos que sufrió, récord difícilmente igualable ni aun por los más desplomadizos animales. Su sustituto, del mismo hierro y catadura del original, sólo demostró mansedumbre, flojedad, descaste y unas ganas de rajarse al final como manda el código del correcto buey. Se llamó Coleta –mire usted por dónde-, con 597 kilos, castaño –entre éstos y colorados han sumado los seis del velatorio- y tocadito de sombrero. Ponce lanceó echando la pierna atrás, la de entrada o la de salida, según que vez, pero dio unos delantales buenos en su quite. Se lo sacaría luego a los medios, y todo a media altura, para evitar caídas, con empaque y poco toro, lo fue pasando de muleta desde fuera, metiéndoselo un poco un par de veces. En la cuarta tanda el toro hizo ademán de rajarse, repitió un par de veces en la quinta y en la sexta dijo adiós, definitivamente. Un pinchazo desprendido, una entera por el mismo lugar y, tras tirarlo la cuadrilla –como ayer-, una ovación por el qué hubiese hecho. Y como la vuelta al ruedo la había dado previamente tras el animal, punto y final. El cuarto llevaba por mote Cantinero –como uno de Antoñete del que me acuerdo yo-, castaño listón, de 568 kilos, manso, bajo de casta, complicado por el derecho pero embistiendo a oleadas por el zurdo. Flojo y con poco viaje, no hubo lance apreciable con la capa, se cayó antes del primer encuentro con la caballería, y lo volvió a hacer en los primeros muletazos de tanteo. Por la derecha el toro iba con problemas, tirando el gañafón, quedándose, o sin seguir el trapo; algo mejor iba por la izquierda, y por ahí lo cogió Ponce en la tercera serie. Al principio lo pasó al hilo y algo despegado, con algunas dudas y a media altura –cuando el toro necesitaba la mano baja y mando-. Pero demostrando quién es, y lo mucho que puede y sabe… cuando quiere, le bajó la muleta, le mando, le obligó a seguirla y vinieron unos naturales sinceros, poderosos, bellos y largos. Y todo bien colocado o, lo más, al hilo del pitón. Eso es torear, señor mío, muy bien. Con mayor o menor ligazón se repitieron dos seres completas, para, de repente, levantar la mano a media altura y empezar a torearlo despegado y de cara a la galería. ¡Hombre, ofrezca usted ese material de primera calidad del principio, no el sucedáneo para el público indocto! Así llegaron dos o tres tandas más, sin la transmisión de aquellas y con agarres de lomo, circulares varios –no siempre el toro seguía el engaño- y siempre distanciado de la res. ¡Vaya decepción, cuando nos acababa de mostrar el toreo auténtico que lleva dentro! El caso es que como le aplaudían, creyó tener –lo tenía sin duda- el triunfo asegurado y apuntó a los bajos para rematar la cosa: un pinchazo caído, un metisaca en las costillas -con siete en el cuero incluso-, un aviso del usía -el primero-, nuevo pinchazo, varias echadas del toro, levantado por el puntillero, ahora me acuesto o me levanto, un descabello, el segundo aviso presidencial, otros dos descabellos, nueva genuflexión toruna, nueva levantada y un último –que siempre llega al final- golpe nucal del diestro. ¡Hombre, no se tire usted a asegurar en los sótanos! División antes y después del arrastre, aunque saldría a saludar a los que aplaudían.



Para Castella fue una primera castaña llamada Neverito, de 543 en la romana bilbaína, colorado ojo de perdiz, chorreado, bragado, axiblanco y gargantillo, mucha mancha para un comportamiento más infame aun: manso, descastado y algo brusco por si acaso. Lo paró aceptablemente, destacando un buen delantal, a pesar de los tornillazos finales de la res vacuna. Y tras sendos picotazos –lo de la suerte de varas, ¡hasta en Bilbao!, es preocupante-, llegó el buey a la muleta bruscote y cortito, revolviéndose al finalizar el pase unas veces, y distraído tantas otras. Castella se lo pasó por la cintura un buen puñado de veces, sin demasiada limpieza, pero con emoción, aunque el toro necesitaba otra lidia, los doblones de castigo que le bajaran los humos y la extremidad cefálica, y lo centrasen en lo que hacía. Así que cada vez más disperso, el toro dejó de embestir, rajándose -¡ole mi niño!-, como el anterior. Un buen doblón, tarde pero de valor, y una entera baja, a paso de banderillas, para escuchar un aviso mientras el buey iba camino de tablas a echarse. Solo dieron tres cuartos de vuelta al ruedo. El quinto se llamó Derrotisto, de 560 kilos, tocado de herramientas, manso, descastado y complicado. El toro comenzó distraído en el capote, siguió peor en banderillas y acabó por complicarse en la muleta, entrando con genio, con alguna mirada a tablas más que sospechosa y parándose cuando quería -al principio, al final o en medio del pase-. Castella que traía el lance pensado estuvo como un par de minutos intentando dar el primer muletazo en los medios, cambiado por la espalda, pero visto que el bicho no iba ni con la ayuda de un tractor, decidió, por fin, comenzar el trasteo por bajo, acercándose él al animal. El bicho era de cuidado, con malas pulgas e incierto, y el diestro estuvo firme, intentando meterlo en la muleta, y evitando que rajara cuando veía tablas. Lo consiguió, desde luego, pero pagando el precio de unas arrancadas indecisas, inciertas e irregulares. Tuvo mérito en algunas fases de la faena, porque había mucho que aguantar y llevar, estuvo más que voluntarioso y aseado, intentando hacer faena a un bicho de lo más deslucido que pensar puedan. Al final lo despacharía de una entera por el rincón, oyendo un aviso antes de que la supuesta fiera se echase pegadita al olivo.



Manzanares también tuvo que trabajar de lo suyo. Su primero se llamó Lamioso, de 537 en la báscula, tocado, manso, complicado, con menos que poca casta y sin clase alguna. Y como cortó una oreja justa, háganse caso de lo que tuvo que poner el alicantino. Lo tanteó por bajo, a los medios, y allí lo toco por la derecha, viendo como iba brusco y algo descompuesto, pero dominándolo y metiéndolo en los tres últimos lances de la serie, largos y mandando. Luego saldría otra tanda en paralelo, con un buen derechazo y aguantando mucho en otro; otra menor, y una buena con la izquierda, sin ligazón, pero con dominio de la situación y ese toreo profundo que deseamos ver los aficionados, con un buen cambio de mano al rematarla. Fue lo mejor de su eficaz trabajo. Con la diestra volvería a alargarle las embestidas por bajo, pero el toro fue apagándose, quedándose más corto y levantando la cara, resolviendo el alicantino con brillantez. Una estocada entera, algo caída, pero bien ejecutada le conseguiría el único trofeo de la tarde. En el sexto no lo pudo repetir; el toro al que el mayoral había titulado de Temerario, fue un colorado ojinegro, de 542 sobre los lomos, manso, embistiendo sin clase, con algún genio, y sin casta. Dio unas verónicas apreciables de salida, un par de ellas sobre todo, y luego se dobló con el bicho con la muleta entre las manos. La faena no tuvo continuidad porque el toro lo mismo entraba correctamente, que levantaba la cara y protestaba, aunque algún muletazo largo saldría de las manos del diestro. Me gustó una serie con la derecha, llevándolo más sometido, en redondo y con clase o la siguiente en que saldrían largos los derechazos. Con la zurda no hubo manera, enganchones por doquier, a pesar de estar más colocado, porque el toro iba punteando cuando gustaba, entraba cuando quería y miraba más que mucho al espada. Lo mismo pasaría a renglón seguido con la diestra, con algún ademán de raje, y visto lo poco del negociado, decidió el matador cerrar la ventanilla. Un pinchazo hondo, arriba, un metisaca caído y una entera desprendida con alargue de brazo y a esperar mejor suerte. No obstante, dejó un buen sabor de boca en términos generales, como sus compañeros de terna en momentos puntuales, frente a un encierro que fue una castaña de capa y de juego.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

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